Los zapatos trenzados de Naguisa nos recuerdan a Cuba, Indochina, a caminos sin asfaltar y a tormenta de otoño.
Quizás leas esto y estés pensando: «Pues a mí me recuerdan a las maletas escolares de los 50 y a los calcetines de canalé que resbalaban en pantorrillas amoratadas por columpios de hierro.»
Ya, sí, pues igual también.
Yo es que tenía un abuelo que vestía camisas cubanas y zapatos de rejilla.
Había abuelos que llevaban txapelas en invierno y vigilaban detenidamente alguna obra, o jugaban al mus en la taberna de la plaza. Otros llevaban camisas cubanas en primavera y leían novelas rosas mientras acariciaban un gato. Y ese era mi abuelo.
Mi abuelo era proyeccionista de cine, le gustaba la fruta y el silencio.
Si pudiera volver al pasado subiría la estrecha escalera del cine para ayudarle a rebobinar la película entre sesión y sesión. Me pondría de puntillas para darle a la manivela mientras el olor a aceite de coche y a tortilla de patata me haría sentir en casa.
Subiría cada peldaño con un par de zapatos de naguisa.
Marta.